1.4.10

[5/6] Sierra Gorda

“Juan: son las seis de la mañana, duérmete otro ratito” fue lo único que pude decir al escuchar la alarma de su reloj. “OK” contestó, creo.

El plan era salir a las ocho de la mañana del hotel, avanzar unas dos o tres horas y buscar algo para desayunar.

A las 6:30 Juan ya estaba bañado y listo para salir. Será una larga espera pensé, pero me levanté, me bañé y a las 0700 horas tocábamos en el cuarto de las niñas: todas dormían, excepto Isa que ya estaba casi lista. Si, si, Isabel y Juan Manuel son hermanos, ¿cómo lo adivinó?

Bajé al restaurante, mi kindle en una mano, la otra estirada pidiendo café... “En 10 minutos joven”, nos fuimos de ahí a las 8:15 y nunca obtuve mi café. ¿Ya les comenté que en Querétaro el servicio es, en general, lllllleeeeennnnntttttooooo?

Pagos, facturas y nos fuimos. Primera parada: gasolinera en la salida de Querétaro, café en la tienda de auto-servicio de la gas... de maquinita, ni modo. Yo creo que me veía muy mal, porque la dependienta de la tienda me dijo: -- ¿quiere café? -- Si, ¿cómo lo notó? -- Mejor vayan al otro lado de la gasolinería, ahí está un Itallian Coffee -- Bueno, gracias.

Latte grande triple y pastel de zanahoria para mi, “prontowwwWWW”... Ya ni me enteré que pidieron los demás. Cinco minutos después y lleno de felicidad (café y pastel), nos subimos a la Cheyenne y nos lanzamos a la aventura.

De la hospitalidad en Pinal de Amoles

Antes de llegar a Jalpan y después de un par de horas de curvas muy rudas en la carretera, llegamos a Pinal de Amoles y como queríamos desayunar, pues entramos al pueblo, visitamos (para variar) la iglesia que está mona, pero nada del otro mundo... encontramos una exposición de fotografías a medio montar de toda la zona y preguntamos donde comer. Nos dirigieron a la fonda “La Güera”, donde después del clásico intercambio: -- Buenos días, ¿está abierto? -- Si, pásenle muchachos, ¿qué van a querer? -- ¿Pues qué tiene? -- ¿Pues qué quieren? Tengo carne, cecina y costilla o huevitos y café.

Perfecto.

Para mi: cecina con frijoles, jugo de naranja, café (de olla) y un pan. Para los demás, cosas similares. Yo avisé que había que comer, pues quien sabe a qué hora lo podríamos hacer nuevamente. Medio en broma, pero como diría mi madre: tuve boca de profeta.

Después de salir de con “La Güera”, donde la Doña que atendía, nos encantó: amable, simpática y bien derecha. A la hora de pagar la cuenta, llegó con una pluma que le ofreció a Fer, diciendo: “A mi me salieron $365, pero no estoy segura” y procedió a decirle los precios de las cosas que nos habíamos comido. La suma de Fer fue de $313 y la Doña Güera bromeó que ya nos quería robar y le pagamos los 313 + 50 pesitos de propina. Con su bendición y una cajita de chicles nos envió a visitar ríos y otras bellezas naturales de la zona, rechazando quedarse con Juan Manuel como su ayudante (no le iba a dar el ancho dijo).

Río Escanela y la cascada Puente de Dios

Después de un intento fallido que nos llevó 30 minutos de recorrer ida y vuelta parte de un camino/carretera incorrecto, porque “eso” de los anuncios oportunos en las carreteras a esta altura no es “lo suyo”, llegamos a la desviación para el río Escanela. Una entrada poco prometedora de tierra nos fue adentrando lenta e inexorablemente al monte, serpenteando y bajando todo el tiempo, la humedad en aumento.

Era claro que era el camino correcto, ¿o no?

Si, resultó que si lo era, pero más de una vez, la primera como a los 30 minutos de brincos y sufrimiento por el sinuoso y horrible camino lleno de piedras y desolación, nos preguntamos si sería el correcto, ¿es posible que la carretera anterior, que no iba a ningún lado, estuviera pavimentada y en mejores condiciones que esta que te lleva a una de las bellezas naturales del estado, anunciada en TODA posible guía turística? Por supuesto es posible, esto es México y así se hacen las cosas: mal.

Eso o en el otro camino están las cosechas de narcos, que seguro son más rentables que el turismo que llega al río.

Después de unos 45 minutos llegamos a una acumulación de automóviles amontonados en ambos costados del camino que, por cierto, era doble sentido aunque sólo cabía uno en realidad. Era demasiado pedir no encontrarte a nadie en el sentido contrario en una hora de camino a -25 Km por hora (sí, dice “menos veinticinco”), así que cuando eso ocurría había que empujar al otro, o regresar uno hasta alguno de los pocos, poquísimos puntos (en las curvas principalmente) donde cabían dos autos y pasar o permitir el paso del otro.

Estrés.

Al fin llegamos, buscamos un lugar para estacionarnos esperando que no se cayera al barranco la camioneta porque estaba en la orilla y que los “otros” fueran lo suficientemente hábiles para pasar en el reducido espacio que quedaba atrás. Estacionado tipo chilango pues, como hacen muchos académicos en los estacionamientos de CU: que se ponen en cualquier lugar, como en las banquetas, en las curvas y cualquier otro lugar que no está permitido, pero donde “su habilidad” les permite. Claro que aquí con el atenuante que NO había de otra: imaginen un camino de tierra de 4 metros de ancho (esta era la parte más amplia), de un lado barranco, del otro la pared del cerro: ¿en batería o paralelo? Paralelo suena mejor, lo se, pero no había espacio así que quedé medio en batería y medio en paralelo.

“¡Ahí está! “ es lo único que escuché y Juan Manuel después de eso, ya iba corriendo hacia el río, como unos 10 metros abajo. La verdad es que no se veía como la gran cosa, el ancho del río en este punto era como de unos cinco metros y su profundidad como unos cinco también, pero ¡cinco centímetros!

Esto no puede ser todo, me dije a mi mismo, así que caminé hasta donde había más gente que parecían locales. Inmediatamente un señor llamado Guadalupe me dijo: -- ¿Va a querer guía? -- Supongo que si, pero ¿para qué oiga? -- Ahh pus pa’ver el puente de dios.

Fiu, ¡hay más que ver!

Pues si, hice trato con el señorcito y le dije que esperara cinco minutos en lo que íbamos a buscar a Juan Manuel que había bajado al río. :-P

Ya está, tenemos un plan, Nuri se cambió en la camioneta porque decidió que shorts y guaraches no eran apropiados. Ya con pantalones y tenis, regresamos a buscar a Guadalupe.

Nos interceptó un joven que también tenía gafete de guía y nos preguntó que si queríamos guía, le dije que ya teníamos apalabrado al Don y en eso lo veo, al otro lado del camino: “Ese, ese que va allá, ese es nuestro guía” mientras señalaba orgulloso al señorcito en cuestión. Joven me sacó de mi error diciendo: “Ay no, ya va guiando a otro grupo...”.

En serio que por eso quiero a los perros: ellos si son fieles, no como estos traidores.

De acuerdo, “¿tu nos llevas?”, pregunté aún con lagrimas en los ojos por la traición. “No, yo soy el líder de guías, pero los lleva él”, dijo mientras jalaba de la manga de la camiseta a otro aún más joven, como de quince años. Negociamos el precio y seguimos al guía.

Estos guías necesitan un curso en buenos modales, como a la mitad del camino, nos preguntábamos si era mudo. “No, ¿cómo crees? Yo creo que si habla”, “pero no ha dicho una sola palabra en todo el trayecto” y así era la discusión, hasta que lo escuchamos decir: “esperen” y, luego de dejar pasar al grupo que venía de regreso, nos hizo una seña para continuar.

Misterio resuelto, nuestro guía no es mudo. Solo un poco penoso y no quiere hablar con nosotros.

No hablaba, pero el maldito parecía cabra: brinco aquí, brinco allá y hacía parecer fácil el avanzar por el camino y sobre las piedras o alguno de los siete puentes que había para cruzar de un lado a otro del río. Les llamo puentes por no ser despectivo, porque en realidad eran dos troncos sobrepuestos entre rocas, con unas tablas chuecas clavadas a manera de escalones.

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En la fotografía pueden apreciar uno de los “puentes” a nuestros pies, en el centro, a Fer y su servidor y amigo posando, felices aún, pues este era el primer puente y hasta aquí había sido un recorrido muy sencillo. Al fondo, en la izquierda pueden “sentir” que hacía calor (Juan Manuel ya se estaba desnudando), a la derecha y arriba pueden ver unas “plataformas” con baranda que instalaron para cruzar unos treinta metros complicados de río.

Nuri estuvo a punto, sólo a punto, de rendirse, de tirar la toalla. “Así yo no puedo” repetía, “sin cuerdita yo no paso, no se vale, debieron avisarnos” se quejaba ya sobre las plataformas, pues a la mitad de estas les faltaba la cuerda que hacía de pasa manos. Debo reconocer que no ayudaba tanto la cuerda, pero el efecto psicológico era relevante. Después de un par de empujones y proponer ayudarnos, continuamos. A Fer le tocó la mochila y a mi la mano.

Se suponía que yo habría de ayudar a Nuri en los pasos “difíciles”. Vil especulación.

Más de una vez fue ella, Nuria, quien me detuvo y evito que azotara cual res, destruyendo, probablemente de manera irremediable uno de los cuerpos más bellos que la humanidad ha visto. :-P

El camino por el río resultó complejo y difícil: varias vueltas y cambios de lado para avanzar a lo largo del río hasta el puente de dios. Nos llevó cerca de una hora llegar ahí, pero lo logramos.

Está bonito y se los recomiendo ampliamente. En las fotografías, abajo, el puente de dios, las cascadas que caen por unos “tubos” naturales en el monte, Fer, Juan y Jon Doe (en los shorts rojos).

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Lindo, lindo, pero. Es triste que siempre haya peros, pero... Deberían poner atención los de la Secretaría de Turismo y dar buenas recomendaciones: distancia, tipo de ropa, qué esperar, quiénes si pueden y quiénes NO deben intentar el recorrido, etc. En estos lugares uno se encuentra cada cosa: ballenas cargando una hielera llena de chelas y aventándose unos clavados de panzazo, unas niñas posando en biquini sobre las piedras (esto no estaba tan mal, pero seguro habrá quienes se ofendan), gente en chanclas (en serio el camino estaba para botas, pero de menos tenis), mucha ropa, poca ropa, un cuate que no se veía tan en mala condición, seguro aguantaba el camino, pero estaban tan grande que apenas pasó por un par de hoyos estrechos en el recorrido y, eso fue de lo poquito que nos tocó ver.

Unos 45 minutos el camino de regreso, nos despedimos del guía que ni “adiós” dijo, esperamos a que Nuria se cambiara porque terminó con el pantalón un “poquito” sucio. Una hora de regreso a la carretera por el camino de terracería. Una hora y media más de carretera sinuosa y como a las 1700 horas entramos a Jalpan.

Pero no nos detuvimos... dijimos: vamos al hotel, que está “afuerita” de Jalpan: un baño y decidimos qué hacer.

Bueno, vamos.

De la hospitalidad en Jalpan

Hotel Balneario Ayutla: groseros, nefastos, inútiles y además no cumplen con nada de lo que prometen en su página: la alberca está sucia y sin agua, los cuartos se están deshaciendo (¿termitas?), el aire acondicionado son ventiladores de techo que hacen mucho ruido y, al menos en la villa que nos dieron, solo funciona uno de dos. Más luz que a la intemperie, ni siquiera fueron para poner unas sabanas a manera de cortinas. No hay agua caliente. Había un mueble para poner la TV y algunos contactos eléctricos, pero no había TV y tampoco SKY que prometía su página.

“Estamos a unos minutos afuera de Jalpan... “ decían, dando a entender que estaban cerca: eran unos 30 minutos a 100Km por hora. Por supuesto, con las curvas y la habilidad sin límites de los locales y visitantes para manejar en carretera, eran unos 45 a 60 minutos.

(Me había prometido no quejarme mucho en estos relatos, pero no puedo: ¡Que mal manejan en Querétaro! Si mi padre viviera y hubiera estado allá, se la hubiera pasado gritando: “Al menos saca la lengua ¡idiota!”.)

Teníamos hambre, así que después de quejarnos unos minutos del estado del hotel y la villa, fuimos a buscar el restaurante del hotel: uno de esos restaurantes con tema taurino, con cabezas de toros disecadas colgando de cuanta pared era posible, no era bonito (mesas y sillas de plástico), pero tampoco estaba mal: a comparación de la villa se veía limpio, estaba en relativo buen estado, encontramos una carta que además decía que era barato. El principal problema es que, ¿como le explico? ¡Estaba vacío! No cocineros, no meseros, no cajero, ¡nadie!

Después de intentar preguntar quién nos podía atender y no obtener respuesta, nos trepamos a Cheyenne nuevamente y regresamos a Jalpan.

Comimos en un lugar en Jalpan, La Carreta, que estuvo bien, aunque el servicio, para no variar, algo lento. Amablemente nos permitieron dejar a Cheyenne en su estacionamiento mientras íbamos a visitar el centro del pueblo y la Misión de Santiago de Jalpan.

Parte de la noche la utilizamos para encontrar un nuevo hotel. Caminamos alrededor del primer cuadro, comimos helado en una de las varias Michoacanas (el de vainilla estaba bue.ní.si.mo) y luego un latte doble para el camino, pues tenía que echarme los 28Km de regreso hasta el hotel... “horrible hotel Ayutla”, que es su nombre completo: NUNCA se queden ahí, en serio, nunca, basura de hotel.

Por cierto, encontramos otro hotel para la siguiente noche, la del viernes: hotel María del Carmen, en el centro de Jalpan, aunque antes tuvimos que lidiar (tuvieron: fue idea de las chicas y ellas se encargaron) con la imbécil en la recepción, después de repetirle veinte veces que queríamos quedarnos un día.

La misión de Santiago de Jalpan de noche

Ya estábamos ahí, así que decidimos ir a visitar la misión de Santiago de Jalpan, una de las cinco misiones franciscanas declaradas Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO en 2003. Estaban velando a Yisus una buena parte de los más de 4,500 habitantes de Jalpan, como cincuenta. Pero de cualquier forma pasamos y vimos el interior con todas las imágenes de santos tapadas (porque están de luto, hasta el domingo ‘de resurrección’)... nada del otro mundo, en realidad. Sin embargo, la fachada de la misión y, en parte, su arquitectura externa son MUY impresionantes: colores vivos, distintos a la mayoría de las iglesias y misiones típicas en la región.

Por cierto, en esta misión, sustituyeron una imagen de Santiago, por un reloj que está bien dos veces al día a las 2:47 am y pm.

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Regresamos al hotel, al horrible hotel Ayutla, con su pésimo servicio, pero con un cansancio que hacía tolerable dormir ahí. Por cierto, días después Juan descubrió que el sitio del hotel ese ya no existe y que está a la venta.

31.3.10

[4/6] Querétaro en las azoteas

Nuestro día empezó muy temprano y a las 0800 horas ya teníamos todo en la camioneta y estábamos listos para partir. Nos tomamos un café, abusando por enésima vez la hospitalidad de María Jose, a.k.a. “La fina” y Jesús, planificamos rápidamente la ruta de ida a Querétaro (había sólo dos posibilidades vía San Juan del Río o por otra carretera que prometía ser más rápida).

Enfundada en pijamas aún, bajó la Fina a darnos la despedida, nos dio oportunidad de darle un abrazo y agradecerle su hospitalidad, con la amenaza de que si se descuida, volveríamos algún día.

Nos fuimos por la ruta no conocida y que prometía ser corta. Gran acierto, llegamos en unos 35 o 40 minutos a Querétaro y luego de seguir, con algo de problemas, los anuncios para llegar a la terminal de autobuses, unos mensajes de sincronización y nos encontramos con Isa y Juan. Ni siquiera tuvimos que estacionarnos, pues ellos llegaron quince minutos antes de la hora prevista, igual que nosotros.

Una gran familia feliz

Con camioneta llena y todos con su cinturón de seguridad puesto iniciamos el recorrido de la Ciudad. Por supuesto, primero me perdí y estábamos a punto de dejar Querétaro cuando nos dimos cuenta del error y después de un “chilangazo”, no creo que haya sido el primero en el viaje, pero si el más grotesco: vuelta en U, en un lugar donde no sólo parecía estar prohibida, sino que me puso en sentido contrario un par de veces, emprendimos el camino hacia el centro. :-P

Diez minutos después estábamos estacionando el auto en el tercer nivel del estacionamiento subterráneo de una de las plazas principales, la de La Constitución.

Vuelta de reconocimiento, Isabel hizo las veces de guía pues había estado en Querétaro recientemente de trabajo. Encontramos un lugarcito en la plaza de armas para desayunar, totalmente mediano el desayuno, tanto así que ya hasta olvidé lo que pedimos.

Dimos una vuelta por los andadores y calles peatonales en el centro y regresamos a la Cheyenne para que nos llevara al hotel a dejar las cosas, estacionar definitivamente por el día e iniciar el intenso recorrido que habíamos pensado.

Deporte extremo

La primera cosa que notamos es que nuestro hotel estaba a unas tres a cinco cuadras del centro, dependiendo de a qué parte del centro te refieras, que no es tanto, pero al final del día se convirtió en algo significativo. Avanzamos lentamente por las angostas banquetas del centro, cazando las sombras, cosa que era cada vez más difícil pues era cerca de medio día. Así lucía el grupo al principio, aquí apenas habíamos visitado un museo, el de la Restauración, que como la gran mayoría de los museos aquí: es pobre y no vale mucho la pena. Estamos sentados en la fuente del Jardín Guerrero.

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Un poco después del jardín avanzamos hacia la parte trasera donde se encuentra aquello a lo que la guía que tenía en las manos se refería como “lujoso convento erigido gracias a la vocación de una joven”. Nos referimos al templo de Santa Clara, que si está mono por fuera y enfrente del cual, por ir admirando la fachada (es decir baboseando), casi me mato cuando de un paso al siguiente me robaron el piso.

No tanto que me hubieran robado el piso, como que era un escalón que no vi e hice un movimiento sexy tipo hombreelefantebailandolambada para evitar caer.

En fin, el lujoso convento me pareció ostentoso y su estilo barroco demasiado. En general la iglesia católica me saca ronchas, pero cuando es así de “abundante” y grotesco, un poco más. :-P

Imaginen a todo el grupo haciendo reunión alrededor de un mapa diminuto. Agreguen a un señor local amable al fotografía y lo que obtienen es una escena que llegó a convertirse en cotidiana: -- ¿Qué buscan? -- Nada, nomás estamos aquí viendo el mapa para ver que se nos antoja conocer -- Ahhhh, no dejen de ir a tal y tal y tal otro lugar, si tienen ganas de comer vayan a esas gorditas ahí enfrente (y señalo un local sobre la calle de Guerrero, donde hacían gorditas típicas queretanas en la calle) -- Pues muchas gracias, hasta luego -- Hasta luego.

Obvio, nuestra mente chilanga acostumbrada a la mala vida y a que la gente siempre está detrás de uno porque “algo quiere” o “te quieren hacer daño” inmediatamente hacía fluir las teorías: “seguro el don este es dueño del puesto ese de gorditas”, “se me hace que quieres que vayamos hacia allá porque nos va a estar esperando con su banda de ‘robachicos’ y como estamos tan lindos querrá raptarnos y vendernos en Europa” o “algún rey inglés seguro necesita un riñón y no se conforma con cualquier riñón, quiere uno bueno... “ y cosas así.

En realidad, las conclusiones son: (1) hay muchas personas amables en Querétaro: ¡bien por Ustedes! Muchas gracias por todo y (2) seguro esas gorditas estaban deliciosas y aunque YO voté por ir a comerlas inmediatamente, los demás me mayoritearon con el argumento es que yo no tengo hambre, acabamos de comer hace pocas horas... vamos más tarde. Por supuesto: NUNCA regresamos a las gorditas.

Si fuera yo poquito más sensible, la falla de probar las mejores gorditas de la región hubiera sido suficiente para amargarme por el resto de mis días. Por suerte, soy una roca. Jiji.

Luego visitamos: la Catedral (por fuera porque estaba cerrada), el Jardín Zenea, el Museo de la Ciudad (por fuera, porque Isa dijo que no valía la pena), el andador 5 de Mayo: las casonas, la Plaza de Armas, la Plaza de los Fundadores, el Convento de la Santa Cruz, el Mirador y Acueducto (de lejitos), el Panteón de los Queretanos Ilustres y ... después de un par de pausas en las que nos quejábamos del calor, del estúpido solazo, de que los pies estaban hinchados, que algunos nos derretíamos de calor, visitamos el Patio Barroco, donde nos prohibieron tomar fotografías.

Regresamos a una de las plazas centrales, extenuados (excepto yo).

¿Ahora si podemos comer algo? Pregunté por enésima vez y, para variar, en esta ocasión me dijeron si: pero no las gorditas, ya habíamos decidido que comeríamos en la Casona de los Cinco Patios.... Así que ahí comimos y estuvo rico, aunque el servicio, como en cualquier otro lugar por acá es un poco lento. Lo que es bueno y malo (del servicio) es que te sirven los platos y bebidas conforme “salen” de la cocina/barra; es bueno, porque no te traen tu comida fría, malo porque tienes que comer enfrente de los que no tienen su plato aún, como diría mi mamá “es como contar dinero enfrente de los pobres”.

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¿Y las azoteas?

Para estas alturas el lector observador debe estarse preguntando ¿y las azoteas? ¿Por qué se titulo Querétaro en las azoteas? Y la respuesta es porque intentamos, después de revivir en la comida, recorrer cinco azoteas recomendadas por la revista Asomarte (en línea), algo así como un Querétaro alternativo...

La primera y más bizarra fue el tercer piso de un estacionamiento en Pino Suárez (entre Guerrero y Allende), que si se veían las cúpulas silenciosas de Santo Domingo, San Agustín y Santa Clara.... sólo que se veía MUY triste.

La segunda se ubicaba en una pequeña terraza en el segundo piso del Museo de la Ciudad, pero como no estábamos dispuestos a visitar el museo, no fuimos a la azotea. :)

La tercera era un mirador en una casa virreinal ahora convertida en museo, el Museo Casa de la Zacatecana. Originalmente habíamos pasado por aquí en nuestro camino al mirador y habíamos decidido no entrar... Pero fuimos y ya estando ahí, sonó interesante y accedimos a pagar los $31 pesos de cuota de entrada... ya eran cerca de las 18:00 horas, así que la primera guía que nos recibió en la planta baja: le picó play a un DVD que platicaba la historia del museo (privado) y luego nos llevó por la primera sala a una velocidad que hacía comiquísimas sus explicaciones.... El Museo, por cierto, contiene una colección enorme de antigüedades que, aún para alguien a quien no le gustan las antigüedades como a su servidor, es digna de admiración: buen estado, buen gusto, bien combinadas y armadas las distintas salas y, salvo por lo chafa de la “leyenda de la zacatecana”, este fue, sin lugar a dudas el mejor museo que vimos en Querétaro y por mucho.

El mirador del museo casa de la Zacatecana: mmmmm si existe, pero la vista es tan pobre como la vista desde el tercer piso del estacionamiento, sólo que aquí con la agravante de que hay que ver a través de cristal rayado. Para decirlo de alguna manera convincente: es un espectáculo de azoteas con ropa tendida y tinacos rotoplas a lo largo y ancho de la Ciudad.

Solo faltaban dos, la cuarta azotea en la planta alta del restaurante-bar Apolonia, así que allá nos dirigimos a uno de los andadores más coloridos y bonitos de la Ciudad. A estas alturas del recorrido, las fuerzas flaqueaban y cuando nos recibieron con un “Uy no joven, hoy no abrimos el bar... sólo el restaurante (que está en la planta baja)” estuvimos a punto de claudicar. Al cabo que ni queríamos. :’(

Ya habíamos decidido (casi) tirar la idea de las azoteas y llamarla una mala broma.

Sin embargo, hicimos una pausa en el recorrido para ir a un lugar típico en el centro para tomar nieve o mantecado con vino tinto: Gadi en 5 de mayo, donde la calle se convierte en andador. Rico, rico, muy recomendable el mantecado (helado de vainilla con nuez) y vino tinto.

Vamos al hotel y terminemos el día, era el consenso. Excepto que, la quinta y última azotea, nos quedaba de paso: el bar en el techo del Hotel Mesón de Aspeytia.... ¡Wow! Bien dicen que no hay quinto malo y aquí no fue menos cierto: la atmósfera agradable: mesas y salas alumbradas con velas, las luces de la Ciudad se encendieron justo en ese momento y ahora sí: las cúpulas de los templos lucían majestuosas. Los dejo con estas fotografías que tomó Nuri, a quien perdimos un par de horas mientras realizaba la hazaña:
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30.3.10

[3/6] Museo de la muerte, San Juan del Río y más Tequis

Para continuar la aventura decidimos “llevárnosla leve” y tratar de recorrer algunas de las cosas cercanas a Tequisquiapan en esta jornada. La razón principal es que el miércoles hemos de visitar Querétaro, después de recoger en la estación de autobuses a Isa y Juan y de jueves a sábado vamos a Jalpan a visitar los alrededores de la Sierra Gorda. Así que esperamos días más pesados y queremos conservar la energía.

Así las cosas, el plan para la jornada es: San Juan del Río, desayunar, visitar el pueblo y el museo de la muerte y después, “ya veremos”. Aunque medio geek, haríamos evaluación de lugares de forma perezosa y decidiríamos el resto del día en tiempo de ejecución.

San Juan del Río

Aunque no es tan bonito como Tequisquiapan, el centro de San Juan del Río nos gustó mucho: limpio, buen colorido y se siente una atmósfera agradable. A diferencia de Tequis, por ejemplo, está claro que el pueblo es menos turístico, pues los restaurantes y tiendas de recuerdos o trampas de turistas típicas, están sustituidas por zapaterías, venta de chácharas, mueblerías y cosas similares cuyo mercado son los oriundos de San Juan.

Primero lo primero, buscamos un lugar para desayunar, cosa que nos llevó, en idioma Marianita, punto dos segundos (.2 seg) y optamos por La Parroquia, que no tiene nada que ver con la de Veracruz, aunque si lo tuviera diría que le hace justicia: muy decente el desayuno: sanjuanense (tamales en salsa, plato típico), del patrón (enfrijoladas) y dietético (fruta), nuestra elección respectivamente, que rolamos, como buenos chilangos, para disfrutarlos todos... excepto el dietético: no vamos a ir hasta San Juan para comer fruta, ¿o si?

Ya con la panza llena, dimos una vuelta en un sol regular (unos 28 grados centígrados) a lo largo de varias cuadras, nos topamos con la oficina de turismo local, revisamos los múltiples volantes informativos y luego de convencernos que había nada mejor, confirmamos la decisión inicial de visitar el museo de la muerte. Así que pedimos instrucciones para llegar... La mujer muy amable en la oficina de turismo nos dijo: “no está lejos, se pueden ir caminando. Nomás tienen que irse pa’llá como un par de cuadras, después de una fuente dan vuelta a la derecha, suben por esa calle hasta topar con pared, verán la iglesia de la trinidad y el museo está a espaldas”... Suena fácil, ¡vamos!.

“El” museo de la muerte

Supuestamente es algo decente, estábamos medianamente emocionados pues vimos múltiples referencias en pendones por toda el pueblo, aparece en toda guía turística del estado de Querétaro, en fin, íbamos felices caminando intentando seguir las instrucciones que funcionaron hasta la fuente, después de eso... No tanto. La calle después de la fuente medía exactamente una cuadra y desembocaba en una avenida grande, lo que nos dejaba con dos opciones ir a la izquierda o la derecha, nos fuimos a la derecha pues se veía “más decente”.

Llegamos a la calle de la derecha, seguimos avanzando en la dirección indicada y después de un par de calles sin iglesia, preguntamos... “Ahhh, por aquí no es, pero mire: se regresa por donde vino, después de un par de calles, le da parriba y ahí vaver la iglesia y ahí está el museo”. De acuerdo, vamos, nos equivocamos, regresamos por donde veníamos, avanzamos dos calles (que sería la de la izquierda, después de la primera calle) y subimos por ahí.

Ya para esto, nuestro valor y ganas de ver el museo comenzaron a flaquear, la calle en cuestión parecía de ciudad perdida, medio fea, grafitti, algunas bolitas de chavos que callaban mientras pasábamos frente a ellos y simplemente nos observaban. Alcanzamos a una señora a media cuadra y le preguntamos: Disculpe, para el museo de la muerte... “Síganle, como una cuadra y verán unos escalones a la izquierda, suben y ahí es”, me interrumpió. Fiu, ¡qué alivio! Está feo, pero estamos cerca, así que con ánimos renovados continuamos avanzando y llegamos a los escalones.

- ¿En serio vamos a subir? - Si, no pasa nada, dije yo, mientras pensaba: espero que hayan acondicionado estas escaleras en zig zag, para que empezaras a sentir el miedo a la muerte: un preludio para el museo. Piensen en las escaleras de ‘El Exorcista’, la primera, pero en lugar de cinco metros de ancho, de unos dos, en lugar de piedra, de concreto pintadas de rojo sangre y en lugar de uno, de tres segmentos en Z, de tal suerte que sólo podías ver una tercera parte del camino de subida al iniciar uno de los segmentos. Complementaba la imagen el olor, todo el segmento intermedio, que no era visible desde arriba (último segmento) o desde abajo (primer segmento) olía a orina (humana).

Ya la caminata y el sol habían hecho algunos estragos en nuestra condición física, pero subimos esas escaleras en tiempo récord, estoy seguro. A la izquierda una calle que no se veía tan mal como la anterior o las escaleras y a escasos diez metros la entrada al museo.

¡Ta rán!

Una mujer que no estaba disfrazada de catrina, pero que parecía que se acababa de comer una (catrina) o dos, nos indicó que era gratis el acceso al museo, pero que uno tenía que registrarse en la carpeta que señalaba. Yo, amable como siempre, me adelante y anoté mi nombre y que éramos tres. Acto seguido la mujer nos dijo esa es la sala principal, pueden leer o que un guía les platique: todos volteamos al unísono a ver la sala y luego otra vez a la mujer y dijimos: “leemos, gracias”. La sala principal era más chica que la de TV en mi casa.

Bueno, tal vez era un poco más grande, pero no mucho. Adentro unos esqueletos en forma de estrella, con una explicación de dos párrafos que así acostumbraban enterrar a sus muertos los habitantes de la región. Unos dibujos chichimecas de pobre calidad relativos a la muerte, unas pinturas de dudosa procedencia y calidad, unas esquelas de hace 100 años igualmente pobres. Luego de la sala principal, en el techo de la iglesia, una serie de lápidas acomodadas de manera aleatoria, un par de cuartos con criptas malísimas y ya.

Probablemente el peor museo que haya visitado en mucho tiempo..., como toda la vida. :-)

Artesanías y comida en Tequisquiapan

Decidimos regresar a Tequisquiapan para ver el centro de día y visitar el mercado de artesanías y cosas similares. De camino nos quedaban un par de lugares que la guía turística de Querétaro marcaba como atracciones naturales, pero con el mismo tamaño (de tres posibles, el del medio): la mina La Carbonera, que ya nos habían dicho que no estaba muy linda y la presa Centenario, así que decidimos parar en la presa.

Vimos un cartel en la carretera que tenía un dibujo de presa y flecha a la derecha, pero ninguna salida, así que un poco más adelante y cuando ya podíamos ver la presa dimos vuelta, entramos a un camino de terracería, llegamos muy cerca, la veíamos completa, pero no pudimos acceder a ella. Convencidos que lo que habíamos visto era “todo”, regresamos a la Cheyenne y nos fuimos a Tequis.

En Tequis nuevamente, pero aún con luz de día, eran las 13:00 horas, aprovechamos para visitar el mercado de artesanías, que está bonito y parece tener buena calidad de cosas, luego nos sentamos a comer en el ‘Museo del quedo y el vino’, que está patrocinado por Quesos VAI y Freixenet, una rica paella, un vino tinto y una “teja” de quesos... Descansamos un rato, charlamos felizmente y nos pasamos un rato maravilloso. Estas son vacaciones.

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Antes de emprender el regreso a casa de la Fina y Jesús, pasamos por unas Tepoz nieves, que están en el centro del mercado de artesanías... Me perdí en el camino de regreso, pero después de un par de vueltas, logramos orientarnos y sólo perdimos unos 10 minutos. :-)

29.3.10

[2/6] Joya verde, arqueología y grutas

Armar planes es un reto y más cuando has tenido un día de vino, cerveza, quesos y más vinos. :-) Sin embargo, lo logramos... Entre la actitud obsesiva de Fer y la intensidad de Nuria, muchos mapas, una laptop, un café cada quien y ya está el plan para el lunes: dos invernaderos de cactáceas en Cadereyta de Montes, las grutas de Los Herrera y las zonas arqueológicas de Ranas y Toluquilla, en los municipios de San Joaquín y Cadereyta.

Iniciaremos temprano e intentaremos visitar primero el más lejano, probablemente la zona arqueológica de Ranas. Luego les platico como nos fue.

Unas 24 horas después

De lo más lejano a lo más cercano, esa fue la buena idea del día: enfilamos hacia San Joaquín, de acuerdo a una de las guías era un recorrido que nos llevaría 2:15 horas. Una hora después, nos encontramos con la desviación hacia San Joaquín, nos separaban sólo 35 kilómetros de nuestro destino, pasando el pueblo las ruinas más lejanas, las de Las Ranas unos tres kilómetros adelante. Estábamos maravillados de la agilidad de Fer al volante y nos congratulábamos de que hubiese sido ella la conductora designada del trayecto de ida, el regreso me tocaba a mi.

Claro que, como en la vida, en la carretera no debes cantar victoria antes de tiempo. Los 38 kilómetros que nos faltaban eran ya atravesando cerros en la Sierra Gorda y aunque la carretera estaba en buenas condiciones, comprendimos que ahí es donde uno se echaba la otra hora del trayecto: curva, tras curva, algunas indicadas en la carretera con la típica flecha curva hacia la izquierda o la derecha, otras con una como S y, de plano, otras más con una flecha en ángulo recto. El espectáculo visual bien valía la pena, la pena de Fer que iba al volante quiero decir, porque para Nuri y su servidor era bastante placentero... visibilidad total y unos cerros totalmente forrados de verde y un color café, como el que uno encontraría en el otoño de los árboles de maple en Canadá.

Llegando a San Joaquín, la idea era desayunar antes de ir a las primeras ruinas. Encontramos rápidamente un mapa de turismo a la entrada, con unos sitios de interés y lo más importante una lista de restaurantes. Dos de estos estaban a distancia visual y 50 metros de distancia del mapa en cuestión. Para este momento nos sentíamos turistas gringas en bikini diminuto con cuerpos exuberantes, por la forma en que todos los locatarios nos miraban. Por supuesto, debe tomarse en cuenta que el termómetro de la Cheyenne indicaba que estábamos a ocho grados y andábamos en shorts, camisetas y lentes oscuros.

Regresamos a la camioneta por pantalones y chamarras y avanzamos al primer restaurante. Entramos, estaban iniciando operaciones y al parecer los dueños /encargados estaban desayunando... Imagine Usted, amable lector, que éramos invisibles, los señores (una pareja de gordos y feos) ni siquiera nos voltearon a ver, no nos invitaron a pasar, no nos regalaron ni un “hola” o un “está cerrado”, nada. Así que les dijimos inútiles y nos fuimos al siguiente restaurante. El segundo lugar se llamaba Citlali y ahí dos señoras en la cocina y una joven se disputaron con garra el título a la más servicial y amable. La cosa fue más o menos así:

- Buenos días, ¿nos pueden ofrecer algo de desayunar? ¿Ya está abierto?
- Si, pásenle, por favor. ¿Qué quieren?
- ¿Qué tiene?
- Pues lo que quiera... ¿cómo qué quiere?
- Pues para empezar algo calientito...
- ¿Café?
- Si, ¡por favor!
- Pásenle, pásenle... ¿Y unos huevitos o una enchiladas típicas?
- Si, lo que le salga más rápido...
- No, pues lo que Usted quiera.
- Pues enchiladas, por favor.
- Mientras siéntense y aquí está su café y les dejamos estos pancitos...

Y si, cuando tengo frío tiendo a hablar con diminutivos, lo siento.

Una canasta de pan de dulce, fresco y rico, acompañó nuestro café de la olla (medio de la olla, pues no estaba endulzado con piloncillo), unos minutos después arribaron las enchiladas que estaban un picosas, pero con los frijoles negros, refritos y deliciosos, que les acompañaban resultaron el desayuno perfecto.

Ya enfundados en pantalones, con chamarras y un desayuno para aguantar dos días, nos trepamos a la camioneta y avanzamos el resto del pueblo y tres kilómetros más de curvas hasta Las Ranas.

Las Ranas, los Herrera y Toluquilla

Porqué se llaman Las Ranas, no tenemos idea, eso no lo explican en ningún lugar. Toluquilla, sin embargo, es porque el cerro está medio jorobado y así es como se dice cerro jorobado en una lengua prehispánica que ya olvidé cuál es. No es tan importante el nombre, lo que es interesante es que ambos sitios están “bien” conservados, aunque no del todo explorados y explicados: no se sabe qué culturas habitaron ahí, en uno se encontraron tres y en el otro cuatro juegos de pelota y eran importantes, pues alrededor de ellos giran el resto de las construcciones.

Las construcciones, por cierto, modelan y acompañan a los cerros que los sostienen o, mejor dicho, que los contienen. Ofrecían vistas privilegiadas de todas las cañadas y puntos de entrada y salida a las respectivas zonas y se pueden apreciar más de cien edificios en cada sitio. Aunque por si mismas las pirámides y edificios principales en Las Ranas y Toluquilla no son enormes, como las pirámides de Teotihuacán o Chichen Itza, al entender estas pirámides como extensiones de los montes y apreciar la vista, lucen majestuosas e imponentes.

No son el típico sitio turístico, llegué a esa conclusión cuando noté que éramos los únicos visitando las ruinas y que a lo largo de los últimos tres días (incluidos un sábado y domingo) no más de una docena de personas aparecían en los registros de visita de cada sitio. $31 el costo de acceso y el personal del INAH muy amable.

Toluquilla está más hacia acá, donde acá significa Querétaro (D.F.), ya no está en San Joaquín, sino al norte del municipio de Cadereyta. Así que antes de ir a Toluquilla, pasamos por las grutas Los Herrera, que si están a unos cuantos metros afuera de San Joaquín.

Las grutas de Los Herrera ofrecen un recorrido impresionante, pero breve, en 30 minutos puedes recorrer la parte pública de la gruta, que tiene una infraestructura que facilita el acceso: escaleras, iluminación artificial, pasa manos e incluso viene con unos guías “voluntarios” que te platican de la gruta y te piden entre 200 y 300 pesos. Por cierto, si se los das, sería el trabajo mejor pagado en la historia de la humanidad, pues no hacen nada y se la pasan iluminando un montón de rocas y formaciones en la gruta y explicando “lo que parecen”: desde un gallina, hasta un cocodrilo, pasando por un león chimuelo, un rey y, prepárese, el imperio romano. ¿Profundidad, antigüedad, tipos de sedimentos o cualquier otro detalle realmente interesante acerca de las grutas? No, esos no te los manejan.

La parte turística de las grutas Los Herrera te llevan unos 50 metros bajo tierra en unas construcciones caprichosas muy impresionantes. Si ya llegaron hasta San Joaquín, vale la pena verlas.

Si lo tuyo es la espeleología, tienes equipo y sabes lo que haces, estas son las grutas para ti. La parte no turística de la gruta tiene una distancia de 1.2 Km y 300 metros de profundidad, pero sólo es accesible con permiso y para profesionales. O eso nos dijeron.

Cactáceas en la Quinta Schmoll

Continuamos el descenso, 45 minutos para bajar del cerro y unos 30 minutos más de regreso en la carretera 120, San Juan del Río - Xilitla, en dirección San Juan. Antes de salir del municipio de Cadereyta encontramos las señales para llegar a la Quinta Schmoll y el Jardín Botánico Regional, sólo visitamos el primero, donde preservan y cultivan cientos de cactáceas procedentes de los continentes americano y africano.

La visita es interesante, breve y, al igual que las grutas, si ya estás en la zona, definitivamente vale la pena. Las personas que te muestran el invernadero y explican de las cactáceas y suculentas, además de amables, se nota que conocen su negocio y que están comprometidos con el desarrollo y conservación de las especies que mantienen.

No hay mucho más que hacer por aquí, nos recomendaron una fonda, en la que obtuvimos comida corrida de relativa buena calidad y sabor.

Regresamos a Tequisquiapan con un grato sabor de boca, algo agotados, así que descansamos un rato y en la noche fuimos a cenar al centro de Tequis, en el único restaurante recomendado por la Lonely Planet México, el K-puccinos, pero en opinión de su humilde servidor, hay una gran cantidad de lugares mejores para comer, sin restarle puntos al K que no está mal, incluidos algunos de los que son obvias trampas para turistas.

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28.3.10

[1/6] Tequisquiapan: entre quesos y vinos

Algunos dirían que es típico que me encuentre entre vinos, otros incluso que los quesos no están tan lejos de mi corazón. Lo atípico, no hay duda, es que todo esto ocurra en tierras queretanas y no en mi cueva y lugares típicos en lo que yo llamo hogar: el sur del Distrito Federal. Tienen razón, es atípico, pero vayan acostumbrándose pues he descubierto un nuevo yo, uno al que le gusta viajar y hacer las cosas de siempre, en los lugares y momentos más inesperados.

En esta ocasión, la aventura de quesos y vinos o el ‘Querétaro vínico’, como ellos mismos le llaman, ocurrió con la grata compañía de las blancas Fer y Nuri, ni más ni menos en el fin de semana que marca el inicio de la semana santa (28 de marzo). La fecha es aún más rara que la compañía o el lugar: por muchos, muchos años, he sido ferviente promotor de “disfrutar” la Ciudad, mientras que la gente sale de ella en busca de playa y sol. Lo triste es que, en años recientes, el Distrito se siente tan feo o más durante la semana santa, que durante cualquier otra.

La Huasteca (o no)

Así, en esta ocasión decidimos hacer algo durante las vacaciones de semana santa. La opción inicial era visitar la Huasteca Potosina, principalmente Xilitla. Por desgracia, decidimos esto demasiado tarde y cuando recibimos confirmación de los amigos que nos acompañarían e intentamos hacer reservaciones, todo lleno. Ninguno en el grupo sabía que San Luis Potosí es sede de un evento de corte religioso, en todo el estado, llamado la ‘procesión del silencio’ y en la que participan personas de toda la república, así que nada que hacer.

¿Qué tal Querétaro?

Todos hemos ido en algún momento u otro, hemos pasado muchas veces en nuestro camino a otros lugares, suena interesante y seguro no estará tan lleno como San Luis Potosí o las playas comunes. Nos referíamos a Querétaro, por supuesto. Así que iniciamos la planificación exprés y este es el primer relato en nuestras aventuras queretanas.

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La aventura tendrá varios puntos centrales: Tequisquiapan, Santiago de Querétaro y Jalpan. Los primeros cuatro días los pasamos en Tequis, con los amigos de Nuri: Fina y Jesús, que junto con sus hijos Isabel y Galo, abrieron las puertas de su bella casa en el Club de Golf y nos hicieron víctimas de una hospitalidad inusitada y siempre bienvenida. Desde esperarnos en un restaurante a la entrada del pueblo para comer cabrito y evitar que nos perdiéramos, además de las constantes sonrisas, café y plática agradable. Por cierto, el cabrito estuvo delicioso.

Puebleando en Tequis

El primer día o, mejor dicho, la primer noche, el mismo sábado que llegamos a Tequis fuimos al centro a caminar, conocer la iglesia, la plaza central, la oficina de turismo, la invitación al recorrido de leyendas (al cual decidimos no asistir, pues es una moda que si bien te muestra parte de la arquitectura de los pueblos de México, está un poco sobre-valuada y no es tan interesante) y obtuvimos diversos folletos y guías para visitar cosas en los alrededores y poder planificar nuestros siguientes días.

Terminamos tomando una botella de vino y quesos mexicanos, el primero de Freixenet un vino tinto tranquilo Gran Reserva muy decente y los segundos una mezcla de quesos VAI, todo hecho en Querétaro. Todo esto en el Freixenet Wine Bar, que además de buen servicio y un ambiente agradable, está en un callejón a unos metros de la plaza central, muy coqueto.
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Enoturismo

Aunque habíamos pensado pueblear a nuestras anchas en Querétaro, nos encontramos con la recomendación de tomar un tour para visitar algunos de los viñedos importantes en el municipio de Ezequiel Montes, así como una quesería y la Peña de Bernal. Tomar vino y manejar no sonaba como una buena idea, así que optamos por reservar nuestro lugar para asistir a la visita guiada al día siguiente.

A las 8:30 del domingo llegamos al lugar de reunión y nuestro guía, amable y eficiente pasó a recoger a los otros dos participantes de la visita y partimos hacia Quesos VAI, donde vimos un par de vacas Holstein de exhibición que son una muestra de las más de 120 cabezas de ganado que utilizan para producir la leche de sus quesos. Un recorrido chistoso del proceso de creación de los distintos tipos de queso y una degustación de quesos.

De ahí, nos fuimos a la Peña de Bernal, subimos a la base de la peña y recorrimos el centro del bonito pueblo mágico, que es tan pintoresco como Tequisquiapan, pero no tan grande. Comimos una nieve de vainilla en la plaza central, no logramos ni asomarnos a la iglesia pues era ‘domingo de ramos’ y había más gente formada para acceder a la iglesia que en la plaza completa. Antes de salir nos sentamos a comer unas gorditas de maíz (negro y blanco) rellenas de queso enchilado y acompañadas de un guisado de tu elección, mi favorita fue de picadilo, así como una rica cerveza de barril. Un rato después partimos hacia Cavas Freixenet.

Las Cavas Freixenet estaban más llenas que la iglesia en Bernal y, aunque la visita en si es interesante, tienen todo el show tan mecanizado que eso le resta algo de puntos. No me mal interpreten, las Cavas son muy impresionantes y Freixenet México produce muchos vinos, tranquilos y cava, de gran calidad y en enormes cantidades, lo cual es digno de admirar y a mi me parece excelente. Mi única queja es que se siente un trato de banco grande, como si fueras un número, como si estuvieras viendo un museo, en lugar de una vinícola. Aún así, degustamos un rico vino cava rosado semi-seco, que cuesta $90.00 y que estaba rico.

La visita había ido en aumento y para este punto sólo nos restaba un lugar, los viñedos La Redonda.. que tienen una producción artesanal (i.e. menos de 30,000 botellas por año) y que debo reconocer que no conocía ningún vino de este viñedo y que me dejaron el mejor sabor de boca de todo el día: no sólo porque sus vinos están MUY ricos, sino porque la visita fue significativa y personal: primero la degustación, donde una mujer bien preparada y amable nos invitó a probar casi todos sus vinos: cava, semi-dulces (cava y tranquilo), blanco y tinto.

En segundo lugar, un caballero que claramente conocía sus viñedos (50 hectáreas), se sabía todos los trucos, nos explicó detalles de la plantación de la vid, de sus cuidados, del control de plagas (bacterias, hongos, etc.) y también de otro tipo de plagas mayores como ratas y otros mamíferos, del riego, de su producción, sus metas, su filosofía, en fin... un verdadero conocedor de la tierra, del viñedo y que además parecía estar genuinamente interesado en sumarnos a los seguidores del vino mexicano y su viñedo en particular. A mi me ganó.

Además otro amigo nos dio una visita, parcial, por el proceso de vinificación, aunque aquí no pasamos a sus cavas, pero que fue también instructivo y amable. Mi calificación global para La Redonda es un rotundo diez, considero que están haciendo un gran trabajo y su viñedo es interesante y muy amigable: tienen un restaurante italiano (incluye un horno expuesto de pizzas a la leña) que luce muy bien, aunque no pudimos quedarnos a comer ahí.

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23.3.10

De discursos para bodas

Hace unos meses, después de acordar con nuestros queridos amigos Lilian y Arturo (Agri & Vaz) que seríamos padrinos de boda, fui amablemente informado que tenía que preparar un discurso para el evento.

No tengo idea como debe ser un discurso para boda, porque los únicos (discursos) que viví fueron de papás borrachos hablando de sus hijas quinceañeras como si fueran perfectas desconocidas: nada personal, ninguna profundidad en los mensajes, casi, casi una vil despedida de la infancia y avisando que están listas para el matrimonio o lo que sigue. Los otros ejemplos salen de películas y confieso que la mayoría muy melosos.

Por supuesto, no hice nada al respecto, hasta que tenía la fecha encima. Era la última semana previa a la boda y, para no variar, todo se complicó y estuve muy apretado de tiempo para el dichoso discurso.

Fer me ayudó con varias ligas que explicaban lo que debía y no debía contener el discurso. Agri ya me había asignado un espacio de tiempo preciso (unos 7 minutos) y, si el programa de la boda habría de romperse, que no sea por mi culpa, pensé yo.

Con las condiciones dadas, me senté, armé una lista de objetivos a cubrir con el discurso: para los novios primero y para las familias y amigos que nos acompañaban, segundo. La idea original era historia o anécdota bonita, seguida de otra chistosa y concluir con algo desgarrador y profundo.

Claro que entre la idea original y lo que quedó, no hay relación. :-P

Usualmente leer ante una congregación no me parece una buena idea, así que escribí más o menos lo que quería decir, pensando más en publicarlo, aquí por ejemplo, que en leerlo. En el evento el plan era improvisar acerca de las historias que quería contar, pero no lo logré... Después de ver las primeras reacciones de mi amigo, perdí la concentración y recurrí a leer lo que sigue:

Introducción

Gracias a la Juez,
Gracias a los novios Lilian y Arturo por darme esta oportunidad,
Gracias a sus padres que nos acompañan el día de hoy, y
Gracias a todos por estar aquí.

No les robaré mucho tiempo, haré una breve introducción, luego mencionaré (tres) pequeñas historias y concluiré con un brindis, [miradas al público… a mi copa no existente], olviden lo del brindis (sin alcohol).

La historia de Arturo y mía, como amigos, se remonta casi tres lustros atrás, en la Universidad y, aunque nunca fuimos compañeros de clase, en algún momento Arturo se convirtió en mi pequeño saltamontes o, mejor dicho, yo me convertí en su pequeño mentor. :-)

Durante estos casi quince años, hemos compartido muchas experiencias: trabajamos juntos en diversos proyectos, organizamos y fuimos a infinidad de fiestas, salimos de viaje, hicimos un podcast e incluso vivimos juntos varios años.

Historias

Por eso estoy aquí y ha llegado el momento de que les cuente algunas historias de Liilan y Vaz, que probablemente no conocen. Así que pongan atención:

De la generosidad de Vaz
En diciembre de 2007 unas “amigas” llegaron de visita con Vaz, las conocí brevemente pues iban de paso a Oaxaca… unos días después, en enero de 2008, nos acabábamos de mudar juntos Vaz y yo, me preguntó casualmente “Oye, ¿no te importa si mis amigas se quedan en casa unos días?” ¿Qué amigas? Pregunté yo…. --- Ahhh las güeras que conociste hace dos semanas. Claro, no hay problema, que se queden.

Las conocí, me cayeron muy bien, fuimos a cenar un par de ocasiones y hablamos de política y un montón de cosas. Días después que las amigas regresaron a su país de origen, le pregunté a Vaz, ¿de dónde salieron estas amigas, cómo las conociste? --- No las conocía, me pidieron quedarse en la casa a través de la red. (Toing!)

Y así conocí el mundo del coachsurfing que no viene al caso, pero es una forma alternativa de hacer turismo. Varios años después y con más de 40 visitantes de diversos países que se han quedado con nosotros, hemos hecho buenos amigos, algunos de ellos nos acompañan esta tarde…

Esto me permitió apreciar mejor la generosidad de Vaz, mi hermano, mi amigo.

De medias naranjas y rompecabezas
Nuestro deporte favorito siempre ha sido rantear: quejarnos de todo y “arreglar” el mundo, decir cómo deberían hacerse las cosas. Probablemente por eso me tomó tiempo reconocer que algo le faltaba a Vaz, que estaba incompleto.

Todo ocurrió en una fiesta en nuestra casa, la idea era reunirnos ahí, tomar una copa y luego buscar el lugar ideal para ir de fiesta a celebrar la noche mexicana…. fue septiembre de 2008… Todos esperábamos impacientes a Lilián Tellez que estaba de visita en el DF y que nos tenía cautivados con sus historias agridulces en Internet.

Mientras aguardábamos al resto de nuestros amigos, la fiesta se alargó, la diversión era total y terminamos cantando, en el coro más desafinado en la historia de la humanidad [Advertencia: que este es un placer culpable] canciones de Shakira… Bueno, Lilian y Arturo cantaban, mientras yo reprobaba con la mirada y servía otra ronda. :-)

Esa es la imagen perfecta: Vaz y Agri: juntos, cantando, divirtiéndose…

En ese preciso instante, las piezas del rompecabezas cayeron en su lugar, Lilian y Arturo se complementan de manera perfecta y juntos son la unidad ideal.

De sandwiches y quesadillas
Meses después de esa fiesta, lo recuerdo como si fuera ayer, recibí un correo electrónico muy intrigante de parte de Arturo que decía: “Dude, we need to talk”, así que escribí de regreso y concertamos una cita: --¿por qué no vienes? Pregunté yo -- De acuerdo, ¿a qué hora te queda bien? Contestó él. -- Ahora está bien, le respondí. Entonces Vaz salió de su cuarto, caminó dos pasos y se entró al mío, nótese que compartíamos departamento al momento,
se sentó en mi cama y me comentó con algunos problemas que estaba enamorado y que se quería casar con Lilian, pero estaba preocupado de “dejarme”, quién me iba a cuidar, quién me haría quesadillas o sandwiches para cenar, ...

Por supuesto, yo me hice el fuerte por el bien de los dos [recuerden que, aunque no se note, yo soy el mayor], así que le dije que no se preocupara que “yo lo comprendía”, que contaba conmigo y que me daba mucho gusto, cosa que, es totalmente cierta y estoy convencido que Lilian es lo mejor que le ha pasado a Vaz.

Comprendí entonces que la amistad y el cariño incondicional de Vaz eran lo mejor que me había sucedido hasta el momento. Y, cuando lo necesité, siempre estuvo ahí para soportarme…. y no tienen Ustedes una idea, lo drama queen que puedo ser.

Comprendí que todo el tiempo fui yo el aprendiz y no el maestro.

En los hechos, Vaz y Lilian tardaron varios meses en planificar todo: su salida de la bella Ciudad de Guadalajara, conseguir un departamento y organizar esta boda. El dato curioso, que probablemente no conocen, es que siguen haciéndome sandwiches y quesadillas para cenar, sólo que ahora no vivimos juntos, ¡somos vecinos!

Final feliz

Para terminar, porque todos aquí seguimos un programa muy estricto de actividades, ¿verdad Lilian?

Quiero comentar dos cosas:

La primera es que aunque yo soy un perfecto escéptico y solamente creo en la ciencia, estoy convencido que Lilian y Vaz encontraron el amor a primera vista y que su historia es digna de película: llena de retos y situaciones complicadas que resolvieron con valentía y dignidad. Si creyera que cupido existe, diría que su flecha, dio en el blanco.

La segunda y última cosa que quiero decir es, Lilian, Arturo: les deseo lo mejor y que su vida esté llena de aventuras, historias de amor y felicidad.

Gracias

[A regular chick flick]

7.3.10

Grutas de Juxtlahuaca: un viaje por la oscuridad

Un viaje a la oscuridad
por Francisco Solsona

No podemos permitir que escapen era el único pensamiento que compartíamos, “¡no lo podemos permitir!” me repetía una y otra vez. Las pláticas típicas de historias anteriores, algunas risas nerviosas y, mientras algunos decidían las rutas que habríamos de tomar el resto revisábamos lámparas y mochilas, ¿tengo todo lo necesario? ¿Habré olvidado algo importante? Lo más difícil es la espera incómoda.



Movimiento en el centro del equipo, el Gordo, nuestro líder y descendiente directo de el Chivo estaba dando instrucciones y explicando los riesgos y problemas que habríamos de encontrar. Dos equipos, fue su primera instrucción, el primero entrará por esa puerta y apuntaba con el índice a una abertura que más que una entrada, era una herida en la montaña. A su izquierda estaba uno de los miembros de su equipo de exploración y ella fue designada líder del grupo uno, que entraría por lo que, cariñosamente, el Gordo llamaba la ruta turística. Pidió voluntarios, unos diez aceptaron el reto.



Con la mirada instruyó a Ángel, su compañero y amigo de muchos años, para que dirigiera al segundo grupo, el que entraría por el hoyo, mi equipo. El Gordo revisó en silencio a cada uno de los que habríamos de entrar por el hoyo, había reprobación en su mirada, parecía decirnos “muy suaves”, “no resistirán”, pero no dijo nada y un minuto después estaba caminando y dando las últimas instrucciones a los líderes de grupo. Los dos equipos se separaron y nos dirigimos a nuestros respectivos puntos de acceso a las grutas.



Eran las 00:30 horas del domingo, Juxtlahuaca parecía saber que una batalla se avecinaba, el aire incrementó su fuerza y nos pegaba en la cara y el cuerpo. Caminamos unos 50 metros hasta el hoyo y lenta, pero inexorablemente iniciamos el descenso.



Adiós noche estrellada



El Gordo subió lentamente la cuerda que minutos antes habíamos utilizado para bajar y nos deseó suerte. Él se quedaría afuera, haciendo guardia. Mientras la cuerda desaparecía por el hoyo, recordaba las recomendaciones de Rebeca, quien se fue con el primer grupo: “recuerden que no regresarán por el mismo lugar, por lo que no pueden separarse, ¡no hay vuelta atrás!”. Un pequeño escalofrío recorrió mi espalda, pero no podría permitir que los demás lo notaran. Somos un equipo, nadie se queda atrás, nadie.



Ángel encendió dos lámparas potentes, una la llevaría él mismo a la punta del grupo y la segunda, en manos de Arturo, en la retaguardia, a lo más tres personas detrás de la segunda lámpara. Todos teníamos lámparas personales, pero no tenían la potencia suficiente para arrancar las sombras en las enormes y espectaculares cámaras que habríamos de recorrer.



Guano, la confirmación de que estábamos en el lugar correcto, la huella de las distintas especies de murciélagos que habitan las grutas de Juxtlahuaca y que estaban, la mayoría, fuera buscando alimento. Tres de las especies, las de mayor tamaño, ocupan las cámaras más cercanas a las entradas y a pesar de su aspecto, se alimentan de frutas. La cuarta y última especie, los hematófagos, son más sensibles a la luz y prefieren cámaras interiores. Por fortuna, estos vampiros también estaban fuera desangrando el ganado local. Avanzamos rápidamente estas secciones, con su potente y desagradable aroma el guano logró ahuyentarnos con sólo una mirada a las enormes columnas, estalagmitas y estalactitas llenas de manchas negras que dejan los murciélagos. Enjambres de mosquitos y otros insectos marcaron los primeros metros de nuestro lento avanzar por las grutas.



Poco a poco, el olor cedió, así como los moscos y la mayoría de los insectos pequeños y fueron reemplazados por una belleza indescriptible, por formaciones caprichosas que las filtraciones de agua, con su carga de minerales ha creado a lo largo de miles de años. Nos acompañaban ahora, vigilantes, inmunes a la luz de nuestras lámparas, cientos de cucarachas. En dos estados, las primeras son redondas como del dos centímetros de diámetro e incapaces de volar, sin embargo, cuando evolucionan se alargan y miden en promedio unos 10 centímetros. Estas cucarachas se alimentan del guano de los murciélagos.



El ánimo del grupo fue siempre en constante aumento, el camino era arduo y sinuoso, pero fuimos descubriendo una a una las cámaras, las formaciones espectaculares, las muestras de nuestros antepasados, de la cultura olmeca, incluso nos encontramos con algunas marcas dejadas por el Chivo en sus exploraciones de mediados del siglo pasado y que nos servían de guía y alimento para el espíritu. Hubo momentos, debo confesar, en los que creí que no lo lograríamos, pero siempre hubo una palmada en mi espalda y una voz de ánimo, estamos juntos, ¡vamos a lograrlo!



Así avanzamos por espacio de una hora, hasta llegar a nuestro primer obstáculo serio: el paso de la criba, un cámara pequeña que parecía a simple vista ser un callejón sin salida, pero que en realidad tenía una pequeña apertura a nivel de suelo, por la que había que entrar como contorsionista, boca arriba y subir un metro y medio hasta la siguiente cámara de las grutas. La travesía continuo, hasta el segundo obstáculo, el paso de la lombriz, en el que tuvimos que reptar, pecho a tierra, unos cinco metros. La recompensa después de cada obstáculo era encontrarnos con más bellezas naturales, cada una más asombrosa que la anterior.



Algunas cámaras tenían unas decenas de metros cuadrados y un puñado de estalactitas y estalagmitas, mientras que otras tenían cientos y columnas gigantescas que unían suelo y techo, a unos veinte metros de altura y que daban la impresión de sostenerlo.



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Las tres horas de recorrido hasta el momento, no hicieron sino prepararnos para el tercer paso, el paso de la angustia, una estrecha hendidura entre rocas que se antojaba como un ojo y que habíamos de recorrer hacia arriba unos cuatro metros en un ángulo de 60 grados. No se trataba exclusivamente de una prueba física, donde todos los músculos, incluidos algunos que no sabías estaban ahí, sino también una prueba de ingenio y auto-control, pues la abertura no excedía los 60 centímetros de ancho y unos 40 de alto, en sus secciones más angostas, por lo que había que maniobrar en espacios reducidos, encontrar apoyos para tus pies y manos y empujar o jalar, así como adaptar tu cuerpo a la roca y moverte un centímetro a la vez. Nos llevo cerca de una hora pasar a los quince por el paso, el constante apoyo físico y moral de los compañeros el mejor aliciente y, cuando la fuerza parecía abandonar tu cuerpo, lo único que te separaba de la desesperación y el abandono.



Un encuentro con la cultura olmeca

Asombrados como estábamos del agasajo que nuestros sentidos habían recibido hasta el momento, con bellezas naturales y formaciones caprichosas, creo que ninguno se esperaba encontrar un cráneo humano petrificado, puesto en una de las cámaras a 1,000 metros de profundidad unos 800 años A.C. y parte de la cultura olmeca.




Aunque el viaje a través de las grutas de Juxtlahuaca, hasta el momento, se había llevado sin incidentes graves, en este punto algunos de los miembros del equipo ya habían sufrido un par de caídas, todos estábamos cansados y la humedad y el calor comenzaban a hacer estragos en la condición física general. Unos cuantos metros adelante, nos integramos al recorrido del otro equipo, el que siguió la ruta turística. Que si bien, no tiene los tres pasos que mencioné arriba, tiene una longitud y complejidad que merecen respeto. Pasamos diversas cámaras con tamaños enormes, en una de ellas, hay una columna, nombrada por el Chivo y sus descendientes como la columna de la independencia, con una altura y tamaño que te hacen sentir frágil y efímero. Los minerales depositados por la filtración en estas columnas, estalactitas y estalagmitas logra que crezcan un milímetro cúbico cada cinco años. La columna de la independencia mencionada y muchas otras formaciones en Juxtlahuaca se encuentran aún en crecimiento.



Unos metros adelante, más vestigios de la cultura olmeca en dos pinturas rupestres, en una se representa un hombre con una capa negra y un tocado. En sus brazos y piernas se aprecia la piel de jaguar, así como una cola de un jaguar colgando de su espalda y está armado con un tridente y un látigo en forma de serpiente. A sus pies se postra otro hombre, en menor escala, lo que convierte esta imagen en uno de los pocos ejemplos de representaciones de la dominación de un hombre sobre otro que se conozcan de la cultura olmeca. La segunda pintura tiene la representación de una serpiente emplumada, cerca de un jaguar rojo.





Para llegar a una de las últimas maravillas en nuestro recorrido, el salón de los cristales, tuvimos que pasar una serie de cámaras parcialmente inundadas, donde el agua nos llegaba a la mitad de la pierna. Y, aunque es un trayecto complejo y elaborado, la vista de la cámara bien vale el esfuerzo.



Seis horas después, exhaustos, pero contentos de haber logrado nuestros propósitos y no permitir que se nos escapara una cámara o una construcción natural, de esas que te roban el aliento, nos acercamos a la salida, que fue la entrada para el otro equipo y, nuevamente lo supimos por el cambio en el ambiente, el fuerte aroma del guano de los murciélagos, los mosquitos y, a estas alturas, el aleteo y presencia abrumadora de los murciélagos, que ya habían regresado de su excursión nocturna en busca de alimentos.



Juxtlahuaca, Guerrero


Club España


Sección Montañismo y Excursionismo


7 de marzo de 2010



Notas: algunas imágenes salieron de la entrada correspondiente en la Wikipedia y esta entrada, con algunas modificaciones, se publicará en la revista del Club.