por Francisco Solsona
No podemos permitir que escapen era el único pensamiento que compartíamos, “¡no lo podemos permitir!” me repetía una y otra vez. Las pláticas típicas de historias anteriores, algunas risas nerviosas y, mientras algunos decidían las rutas que habríamos de tomar el resto revisábamos lámparas y mochilas, ¿tengo todo lo necesario? ¿Habré olvidado algo importante? Lo más difícil es la espera incómoda.
Movimiento en el centro del equipo, el Gordo, nuestro líder y descendiente directo de el Chivo estaba dando instrucciones y explicando los riesgos y problemas que habríamos de encontrar. Dos equipos, fue su primera instrucción, el primero entrará por esa puerta y apuntaba con el índice a una abertura que más que una entrada, era una herida en la montaña. A su izquierda estaba uno de los miembros de su equipo de exploración y ella fue designada líder del grupo uno, que entraría por lo que, cariñosamente, el Gordo llamaba la ruta turística. Pidió voluntarios, unos diez aceptaron el reto.
Con la mirada instruyó a Ángel, su compañero y amigo de muchos años, para que dirigiera al segundo grupo, el que entraría por el hoyo, mi equipo. El Gordo revisó en silencio a cada uno de los que habríamos de entrar por el hoyo, había reprobación en su mirada, parecía decirnos “muy suaves”, “no resistirán”, pero no dijo nada y un minuto después estaba caminando y dando las últimas instrucciones a los líderes de grupo. Los dos equipos se separaron y nos dirigimos a nuestros respectivos puntos de acceso a las grutas.
Eran las 00:30 horas del domingo, Juxtlahuaca parecía saber que una batalla se avecinaba, el aire incrementó su fuerza y nos pegaba en la cara y el cuerpo. Caminamos unos 50 metros hasta el hoyo y lenta, pero inexorablemente iniciamos el descenso.
Adiós noche estrellada
El Gordo subió lentamente la cuerda que minutos antes habíamos utilizado para bajar y nos deseó suerte. Él se quedaría afuera, haciendo guardia. Mientras la cuerda desaparecía por el hoyo, recordaba las recomendaciones de Rebeca, quien se fue con el primer grupo: “recuerden que no regresarán por el mismo lugar, por lo que no pueden separarse, ¡no hay vuelta atrás!”. Un pequeño escalofrío recorrió mi espalda, pero no podría permitir que los demás lo notaran. Somos un equipo, nadie se queda atrás, nadie.
Ángel encendió dos lámparas potentes, una la llevaría él mismo a la punta del grupo y la segunda, en manos de Arturo, en la retaguardia, a lo más tres personas detrás de la segunda lámpara. Todos teníamos lámparas personales, pero no tenían la potencia suficiente para arrancar las sombras en las enormes y espectaculares cámaras que habríamos de recorrer.
Guano, la confirmación de que estábamos en el lugar correcto, la huella de las distintas especies de murciélagos que habitan las grutas de Juxtlahuaca y que estaban, la mayoría, fuera buscando alimento. Tres de las especies, las de mayor tamaño, ocupan las cámaras más cercanas a las entradas y a pesar de su aspecto, se alimentan de frutas. La cuarta y última especie, los hematófagos, son más sensibles a la luz y prefieren cámaras interiores. Por fortuna, estos vampiros también estaban fuera desangrando el ganado local. Avanzamos rápidamente estas secciones, con su potente y desagradable aroma el guano logró ahuyentarnos con sólo una mirada a las enormes columnas, estalagmitas y estalactitas llenas de manchas negras que dejan los murciélagos. Enjambres de mosquitos y otros insectos marcaron los primeros metros de nuestro lento avanzar por las grutas.
Poco a poco, el olor cedió, así como los moscos y la mayoría de los insectos pequeños y fueron reemplazados por una belleza indescriptible, por formaciones caprichosas que las filtraciones de agua, con su carga de minerales ha creado a lo largo de miles de años. Nos acompañaban ahora, vigilantes, inmunes a la luz de nuestras lámparas, cientos de cucarachas. En dos estados, las primeras son redondas como del dos centímetros de diámetro e incapaces de volar, sin embargo, cuando evolucionan se alargan y miden en promedio unos 10 centímetros. Estas cucarachas se alimentan del guano de los murciélagos.
El ánimo del grupo fue siempre en constante aumento, el camino era arduo y sinuoso, pero fuimos descubriendo una a una las cámaras, las formaciones espectaculares, las muestras de nuestros antepasados, de la cultura olmeca, incluso nos encontramos con algunas marcas dejadas por el Chivo en sus exploraciones de mediados del siglo pasado y que nos servían de guía y alimento para el espíritu. Hubo momentos, debo confesar, en los que creí que no lo lograríamos, pero siempre hubo una palmada en mi espalda y una voz de ánimo, estamos juntos, ¡vamos a lograrlo!
Así avanzamos por espacio de una hora, hasta llegar a nuestro primer obstáculo serio: el paso de la criba, un cámara pequeña que parecía a simple vista ser un callejón sin salida, pero que en realidad tenía una pequeña apertura a nivel de suelo, por la que había que entrar como contorsionista, boca arriba y subir un metro y medio hasta la siguiente cámara de las grutas. La travesía continuo, hasta el segundo obstáculo, el paso de la lombriz, en el que tuvimos que reptar, pecho a tierra, unos cinco metros. La recompensa después de cada obstáculo era encontrarnos con más bellezas naturales, cada una más asombrosa que la anterior.
Algunas cámaras tenían unas decenas de metros cuadrados y un puñado de estalactitas y estalagmitas, mientras que otras tenían cientos y columnas gigantescas que unían suelo y techo, a unos veinte metros de altura y que daban la impresión de sostenerlo.
Las tres horas de recorrido hasta el momento, no hicieron sino prepararnos para el tercer paso, el paso de la angustia, una estrecha hendidura entre rocas que se antojaba como un ojo y que habíamos de recorrer hacia arriba unos cuatro metros en un ángulo de 60 grados. No se trataba exclusivamente de una prueba física, donde todos los músculos, incluidos algunos que no sabías estaban ahí, sino también una prueba de ingenio y auto-control, pues la abertura no excedía los 60 centímetros de ancho y unos 40 de alto, en sus secciones más angostas, por lo que había que maniobrar en espacios reducidos, encontrar apoyos para tus pies y manos y empujar o jalar, así como adaptar tu cuerpo a la roca y moverte un centímetro a la vez. Nos llevo cerca de una hora pasar a los quince por el paso, el constante apoyo físico y moral de los compañeros el mejor aliciente y, cuando la fuerza parecía abandonar tu cuerpo, lo único que te separaba de la desesperación y el abandono.
Un encuentro con la cultura olmeca
Asombrados como estábamos del agasajo que nuestros sentidos habían recibido hasta el momento, con bellezas naturales y formaciones caprichosas, creo que ninguno se esperaba encontrar un cráneo humano petrificado, puesto en una de las cámaras a 1,000 metros de profundidad unos 800 años A.C. y parte de la cultura olmeca.
Aunque el viaje a través de las grutas de Juxtlahuaca, hasta el momento, se había llevado sin incidentes graves, en este punto algunos de los miembros del equipo ya habían sufrido un par de caídas, todos estábamos cansados y la humedad y el calor comenzaban a hacer estragos en la condición física general. Unos cuantos metros adelante, nos integramos al recorrido del otro equipo, el que siguió la ruta turística. Que si bien, no tiene los tres pasos que mencioné arriba, tiene una longitud y complejidad que merecen respeto. Pasamos diversas cámaras con tamaños enormes, en una de ellas, hay una columna, nombrada por el Chivo y sus descendientes como la columna de la independencia, con una altura y tamaño que te hacen sentir frágil y efímero. Los minerales depositados por la filtración en estas columnas, estalactitas y estalagmitas logra que crezcan un milímetro cúbico cada cinco años. La columna de la independencia mencionada y muchas otras formaciones en Juxtlahuaca se encuentran aún en crecimiento.
Unos metros adelante, más vestigios de la cultura olmeca en dos pinturas rupestres, en una se representa un hombre con una capa negra y un tocado. En sus brazos y piernas se aprecia la piel de jaguar, así como una cola de un jaguar colgando de su espalda y está armado con un tridente y un látigo en forma de serpiente. A sus pies se postra otro hombre, en menor escala, lo que convierte esta imagen en uno de los pocos ejemplos de representaciones de la dominación de un hombre sobre otro que se conozcan de la cultura olmeca. La segunda pintura tiene la representación de una serpiente emplumada, cerca de un jaguar rojo.

Para llegar a una de las últimas maravillas en nuestro recorrido, el salón de los cristales, tuvimos que pasar una serie de cámaras parcialmente inundadas, donde el agua nos llegaba a la mitad de la pierna. Y, aunque es un trayecto complejo y elaborado, la vista de la cámara bien vale el esfuerzo.
Seis horas después, exhaustos, pero contentos de haber logrado nuestros propósitos y no permitir que se nos escapara una cámara o una construcción natural, de esas que te roban el aliento, nos acercamos a la salida, que fue la entrada para el otro equipo y, nuevamente lo supimos por el cambio en el ambiente, el fuerte aroma del guano de los murciélagos, los mosquitos y, a estas alturas, el aleteo y presencia abrumadora de los murciélagos, que ya habían regresado de su excursión nocturna en busca de alimentos.
Juxtlahuaca, Guerrero
Club España
Sección Montañismo y Excursionismo
7 de marzo de 2010
Notas: algunas imágenes salieron de la entrada correspondiente en la Wikipedia y esta entrada, con algunas modificaciones, se publicará en la revista del Club.
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