31.3.10

[4/6] Querétaro en las azoteas

Nuestro día empezó muy temprano y a las 0800 horas ya teníamos todo en la camioneta y estábamos listos para partir. Nos tomamos un café, abusando por enésima vez la hospitalidad de María Jose, a.k.a. “La fina” y Jesús, planificamos rápidamente la ruta de ida a Querétaro (había sólo dos posibilidades vía San Juan del Río o por otra carretera que prometía ser más rápida).

Enfundada en pijamas aún, bajó la Fina a darnos la despedida, nos dio oportunidad de darle un abrazo y agradecerle su hospitalidad, con la amenaza de que si se descuida, volveríamos algún día.

Nos fuimos por la ruta no conocida y que prometía ser corta. Gran acierto, llegamos en unos 35 o 40 minutos a Querétaro y luego de seguir, con algo de problemas, los anuncios para llegar a la terminal de autobuses, unos mensajes de sincronización y nos encontramos con Isa y Juan. Ni siquiera tuvimos que estacionarnos, pues ellos llegaron quince minutos antes de la hora prevista, igual que nosotros.

Una gran familia feliz

Con camioneta llena y todos con su cinturón de seguridad puesto iniciamos el recorrido de la Ciudad. Por supuesto, primero me perdí y estábamos a punto de dejar Querétaro cuando nos dimos cuenta del error y después de un “chilangazo”, no creo que haya sido el primero en el viaje, pero si el más grotesco: vuelta en U, en un lugar donde no sólo parecía estar prohibida, sino que me puso en sentido contrario un par de veces, emprendimos el camino hacia el centro. :-P

Diez minutos después estábamos estacionando el auto en el tercer nivel del estacionamiento subterráneo de una de las plazas principales, la de La Constitución.

Vuelta de reconocimiento, Isabel hizo las veces de guía pues había estado en Querétaro recientemente de trabajo. Encontramos un lugarcito en la plaza de armas para desayunar, totalmente mediano el desayuno, tanto así que ya hasta olvidé lo que pedimos.

Dimos una vuelta por los andadores y calles peatonales en el centro y regresamos a la Cheyenne para que nos llevara al hotel a dejar las cosas, estacionar definitivamente por el día e iniciar el intenso recorrido que habíamos pensado.

Deporte extremo

La primera cosa que notamos es que nuestro hotel estaba a unas tres a cinco cuadras del centro, dependiendo de a qué parte del centro te refieras, que no es tanto, pero al final del día se convirtió en algo significativo. Avanzamos lentamente por las angostas banquetas del centro, cazando las sombras, cosa que era cada vez más difícil pues era cerca de medio día. Así lucía el grupo al principio, aquí apenas habíamos visitado un museo, el de la Restauración, que como la gran mayoría de los museos aquí: es pobre y no vale mucho la pena. Estamos sentados en la fuente del Jardín Guerrero.

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Un poco después del jardín avanzamos hacia la parte trasera donde se encuentra aquello a lo que la guía que tenía en las manos se refería como “lujoso convento erigido gracias a la vocación de una joven”. Nos referimos al templo de Santa Clara, que si está mono por fuera y enfrente del cual, por ir admirando la fachada (es decir baboseando), casi me mato cuando de un paso al siguiente me robaron el piso.

No tanto que me hubieran robado el piso, como que era un escalón que no vi e hice un movimiento sexy tipo hombreelefantebailandolambada para evitar caer.

En fin, el lujoso convento me pareció ostentoso y su estilo barroco demasiado. En general la iglesia católica me saca ronchas, pero cuando es así de “abundante” y grotesco, un poco más. :-P

Imaginen a todo el grupo haciendo reunión alrededor de un mapa diminuto. Agreguen a un señor local amable al fotografía y lo que obtienen es una escena que llegó a convertirse en cotidiana: -- ¿Qué buscan? -- Nada, nomás estamos aquí viendo el mapa para ver que se nos antoja conocer -- Ahhhh, no dejen de ir a tal y tal y tal otro lugar, si tienen ganas de comer vayan a esas gorditas ahí enfrente (y señalo un local sobre la calle de Guerrero, donde hacían gorditas típicas queretanas en la calle) -- Pues muchas gracias, hasta luego -- Hasta luego.

Obvio, nuestra mente chilanga acostumbrada a la mala vida y a que la gente siempre está detrás de uno porque “algo quiere” o “te quieren hacer daño” inmediatamente hacía fluir las teorías: “seguro el don este es dueño del puesto ese de gorditas”, “se me hace que quieres que vayamos hacia allá porque nos va a estar esperando con su banda de ‘robachicos’ y como estamos tan lindos querrá raptarnos y vendernos en Europa” o “algún rey inglés seguro necesita un riñón y no se conforma con cualquier riñón, quiere uno bueno... “ y cosas así.

En realidad, las conclusiones son: (1) hay muchas personas amables en Querétaro: ¡bien por Ustedes! Muchas gracias por todo y (2) seguro esas gorditas estaban deliciosas y aunque YO voté por ir a comerlas inmediatamente, los demás me mayoritearon con el argumento es que yo no tengo hambre, acabamos de comer hace pocas horas... vamos más tarde. Por supuesto: NUNCA regresamos a las gorditas.

Si fuera yo poquito más sensible, la falla de probar las mejores gorditas de la región hubiera sido suficiente para amargarme por el resto de mis días. Por suerte, soy una roca. Jiji.

Luego visitamos: la Catedral (por fuera porque estaba cerrada), el Jardín Zenea, el Museo de la Ciudad (por fuera, porque Isa dijo que no valía la pena), el andador 5 de Mayo: las casonas, la Plaza de Armas, la Plaza de los Fundadores, el Convento de la Santa Cruz, el Mirador y Acueducto (de lejitos), el Panteón de los Queretanos Ilustres y ... después de un par de pausas en las que nos quejábamos del calor, del estúpido solazo, de que los pies estaban hinchados, que algunos nos derretíamos de calor, visitamos el Patio Barroco, donde nos prohibieron tomar fotografías.

Regresamos a una de las plazas centrales, extenuados (excepto yo).

¿Ahora si podemos comer algo? Pregunté por enésima vez y, para variar, en esta ocasión me dijeron si: pero no las gorditas, ya habíamos decidido que comeríamos en la Casona de los Cinco Patios.... Así que ahí comimos y estuvo rico, aunque el servicio, como en cualquier otro lugar por acá es un poco lento. Lo que es bueno y malo (del servicio) es que te sirven los platos y bebidas conforme “salen” de la cocina/barra; es bueno, porque no te traen tu comida fría, malo porque tienes que comer enfrente de los que no tienen su plato aún, como diría mi mamá “es como contar dinero enfrente de los pobres”.

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¿Y las azoteas?

Para estas alturas el lector observador debe estarse preguntando ¿y las azoteas? ¿Por qué se titulo Querétaro en las azoteas? Y la respuesta es porque intentamos, después de revivir en la comida, recorrer cinco azoteas recomendadas por la revista Asomarte (en línea), algo así como un Querétaro alternativo...

La primera y más bizarra fue el tercer piso de un estacionamiento en Pino Suárez (entre Guerrero y Allende), que si se veían las cúpulas silenciosas de Santo Domingo, San Agustín y Santa Clara.... sólo que se veía MUY triste.

La segunda se ubicaba en una pequeña terraza en el segundo piso del Museo de la Ciudad, pero como no estábamos dispuestos a visitar el museo, no fuimos a la azotea. :)

La tercera era un mirador en una casa virreinal ahora convertida en museo, el Museo Casa de la Zacatecana. Originalmente habíamos pasado por aquí en nuestro camino al mirador y habíamos decidido no entrar... Pero fuimos y ya estando ahí, sonó interesante y accedimos a pagar los $31 pesos de cuota de entrada... ya eran cerca de las 18:00 horas, así que la primera guía que nos recibió en la planta baja: le picó play a un DVD que platicaba la historia del museo (privado) y luego nos llevó por la primera sala a una velocidad que hacía comiquísimas sus explicaciones.... El Museo, por cierto, contiene una colección enorme de antigüedades que, aún para alguien a quien no le gustan las antigüedades como a su servidor, es digna de admiración: buen estado, buen gusto, bien combinadas y armadas las distintas salas y, salvo por lo chafa de la “leyenda de la zacatecana”, este fue, sin lugar a dudas el mejor museo que vimos en Querétaro y por mucho.

El mirador del museo casa de la Zacatecana: mmmmm si existe, pero la vista es tan pobre como la vista desde el tercer piso del estacionamiento, sólo que aquí con la agravante de que hay que ver a través de cristal rayado. Para decirlo de alguna manera convincente: es un espectáculo de azoteas con ropa tendida y tinacos rotoplas a lo largo y ancho de la Ciudad.

Solo faltaban dos, la cuarta azotea en la planta alta del restaurante-bar Apolonia, así que allá nos dirigimos a uno de los andadores más coloridos y bonitos de la Ciudad. A estas alturas del recorrido, las fuerzas flaqueaban y cuando nos recibieron con un “Uy no joven, hoy no abrimos el bar... sólo el restaurante (que está en la planta baja)” estuvimos a punto de claudicar. Al cabo que ni queríamos. :’(

Ya habíamos decidido (casi) tirar la idea de las azoteas y llamarla una mala broma.

Sin embargo, hicimos una pausa en el recorrido para ir a un lugar típico en el centro para tomar nieve o mantecado con vino tinto: Gadi en 5 de mayo, donde la calle se convierte en andador. Rico, rico, muy recomendable el mantecado (helado de vainilla con nuez) y vino tinto.

Vamos al hotel y terminemos el día, era el consenso. Excepto que, la quinta y última azotea, nos quedaba de paso: el bar en el techo del Hotel Mesón de Aspeytia.... ¡Wow! Bien dicen que no hay quinto malo y aquí no fue menos cierto: la atmósfera agradable: mesas y salas alumbradas con velas, las luces de la Ciudad se encendieron justo en ese momento y ahora sí: las cúpulas de los templos lucían majestuosas. Los dejo con estas fotografías que tomó Nuri, a quien perdimos un par de horas mientras realizaba la hazaña:
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