Para continuar la aventura decidimos “llevárnosla leve” y tratar de recorrer algunas de las cosas cercanas a Tequisquiapan en esta jornada. La razón principal es que el miércoles hemos de visitar Querétaro, después de recoger en la estación de autobuses a Isa y Juan y de jueves a sábado vamos a Jalpan a visitar los alrededores de la Sierra Gorda. Así que esperamos días más pesados y queremos conservar la energía.
Así las cosas, el plan para la jornada es: San Juan del Río, desayunar, visitar el pueblo y el museo de la muerte y después, “ya veremos”. Aunque medio geek, haríamos evaluación de lugares de forma perezosa y decidiríamos el resto del día en tiempo de ejecución.
San Juan del Río
Aunque no es tan bonito como Tequisquiapan, el centro de San Juan del Río nos gustó mucho: limpio, buen colorido y se siente una atmósfera agradable. A diferencia de Tequis, por ejemplo, está claro que el pueblo es menos turístico, pues los restaurantes y tiendas de recuerdos o trampas de turistas típicas, están sustituidas por zapaterías, venta de chácharas, mueblerías y cosas similares cuyo mercado son los oriundos de San Juan.
Primero lo primero, buscamos un lugar para desayunar, cosa que nos llevó, en idioma Marianita, punto dos segundos (.2 seg) y optamos por La Parroquia, que no tiene nada que ver con la de Veracruz, aunque si lo tuviera diría que le hace justicia: muy decente el desayuno: sanjuanense (tamales en salsa, plato típico), del patrón (enfrijoladas) y dietético (fruta), nuestra elección respectivamente, que rolamos, como buenos chilangos, para disfrutarlos todos... excepto el dietético: no vamos a ir hasta San Juan para comer fruta, ¿o si?
Ya con la panza llena, dimos una vuelta en un sol regular (unos 28 grados centígrados) a lo largo de varias cuadras, nos topamos con la oficina de turismo local, revisamos los múltiples volantes informativos y luego de convencernos que había nada mejor, confirmamos la decisión inicial de visitar el museo de la muerte. Así que pedimos instrucciones para llegar... La mujer muy amable en la oficina de turismo nos dijo: “no está lejos, se pueden ir caminando. Nomás tienen que irse pa’llá como un par de cuadras, después de una fuente dan vuelta a la derecha, suben por esa calle hasta topar con pared, verán la iglesia de la trinidad y el museo está a espaldas”... Suena fácil, ¡vamos!.
“El” museo de la muerte
Supuestamente es algo decente, estábamos medianamente emocionados pues vimos múltiples referencias en pendones por toda el pueblo, aparece en toda guía turística del estado de Querétaro, en fin, íbamos felices caminando intentando seguir las instrucciones que funcionaron hasta la fuente, después de eso... No tanto. La calle después de la fuente medía exactamente una cuadra y desembocaba en una avenida grande, lo que nos dejaba con dos opciones ir a la izquierda o la derecha, nos fuimos a la derecha pues se veía “más decente”.
Llegamos a la calle de la derecha, seguimos avanzando en la dirección indicada y después de un par de calles sin iglesia, preguntamos... “Ahhh, por aquí no es, pero mire: se regresa por donde vino, después de un par de calles, le da parriba y ahí vaver la iglesia y ahí está el museo”. De acuerdo, vamos, nos equivocamos, regresamos por donde veníamos, avanzamos dos calles (que sería la de la izquierda, después de la primera calle) y subimos por ahí.
Ya para esto, nuestro valor y ganas de ver el museo comenzaron a flaquear, la calle en cuestión parecía de ciudad perdida, medio fea, grafitti, algunas bolitas de chavos que callaban mientras pasábamos frente a ellos y simplemente nos observaban. Alcanzamos a una señora a media cuadra y le preguntamos: Disculpe, para el museo de la muerte... “Síganle, como una cuadra y verán unos escalones a la izquierda, suben y ahí es”, me interrumpió. Fiu, ¡qué alivio! Está feo, pero estamos cerca, así que con ánimos renovados continuamos avanzando y llegamos a los escalones.
- ¿En serio vamos a subir? - Si, no pasa nada, dije yo, mientras pensaba: espero que hayan acondicionado estas escaleras en zig zag, para que empezaras a sentir el miedo a la muerte: un preludio para el museo. Piensen en las escaleras de ‘El Exorcista’, la primera, pero en lugar de cinco metros de ancho, de unos dos, en lugar de piedra, de concreto pintadas de rojo sangre y en lugar de uno, de tres segmentos en Z, de tal suerte que sólo podías ver una tercera parte del camino de subida al iniciar uno de los segmentos. Complementaba la imagen el olor, todo el segmento intermedio, que no era visible desde arriba (último segmento) o desde abajo (primer segmento) olía a orina (humana).
Ya la caminata y el sol habían hecho algunos estragos en nuestra condición física, pero subimos esas escaleras en tiempo récord, estoy seguro. A la izquierda una calle que no se veía tan mal como la anterior o las escaleras y a escasos diez metros la entrada al museo.
¡Ta rán!
Una mujer que no estaba disfrazada de catrina, pero que parecía que se acababa de comer una (catrina) o dos, nos indicó que era gratis el acceso al museo, pero que uno tenía que registrarse en la carpeta que señalaba. Yo, amable como siempre, me adelante y anoté mi nombre y que éramos tres. Acto seguido la mujer nos dijo esa es la sala principal, pueden leer o que un guía les platique: todos volteamos al unísono a ver la sala y luego otra vez a la mujer y dijimos: “leemos, gracias”. La sala principal era más chica que la de TV en mi casa.
Bueno, tal vez era un poco más grande, pero no mucho. Adentro unos esqueletos en forma de estrella, con una explicación de dos párrafos que así acostumbraban enterrar a sus muertos los habitantes de la región. Unos dibujos chichimecas de pobre calidad relativos a la muerte, unas pinturas de dudosa procedencia y calidad, unas esquelas de hace 100 años igualmente pobres. Luego de la sala principal, en el techo de la iglesia, una serie de lápidas acomodadas de manera aleatoria, un par de cuartos con criptas malísimas y ya.
Probablemente el peor museo que haya visitado en mucho tiempo..., como toda la vida. :-)
Artesanías y comida en Tequisquiapan
Decidimos regresar a Tequisquiapan para ver el centro de día y visitar el mercado de artesanías y cosas similares. De camino nos quedaban un par de lugares que la guía turística de Querétaro marcaba como atracciones naturales, pero con el mismo tamaño (de tres posibles, el del medio): la mina La Carbonera, que ya nos habían dicho que no estaba muy linda y la presa Centenario, así que decidimos parar en la presa.
Vimos un cartel en la carretera que tenía un dibujo de presa y flecha a la derecha, pero ninguna salida, así que un poco más adelante y cuando ya podíamos ver la presa dimos vuelta, entramos a un camino de terracería, llegamos muy cerca, la veíamos completa, pero no pudimos acceder a ella. Convencidos que lo que habíamos visto era “todo”, regresamos a la Cheyenne y nos fuimos a Tequis.
En Tequis nuevamente, pero aún con luz de día, eran las 13:00 horas, aprovechamos para visitar el mercado de artesanías, que está bonito y parece tener buena calidad de cosas, luego nos sentamos a comer en el ‘Museo del quedo y el vino’, que está patrocinado por Quesos VAI y Freixenet, una rica paella, un vino tinto y una “teja” de quesos... Descansamos un rato, charlamos felizmente y nos pasamos un rato maravilloso. Estas son vacaciones.
Antes de emprender el regreso a casa de la Fina y Jesús, pasamos por unas Tepoz nieves, que están en el centro del mercado de artesanías... Me perdí en el camino de regreso, pero después de un par de vueltas, logramos orientarnos y sólo perdimos unos 10 minutos. :-)
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