Armar planes es un reto y más cuando has tenido un día de vino, cerveza, quesos y más vinos. :-) Sin embargo, lo logramos... Entre la actitud obsesiva de Fer y la intensidad de Nuria, muchos mapas, una laptop, un café cada quien y ya está el plan para el lunes: dos invernaderos de cactáceas en Cadereyta de Montes, las grutas de Los Herrera y las zonas arqueológicas de Ranas y Toluquilla, en los municipios de San Joaquín y Cadereyta.
Iniciaremos temprano e intentaremos visitar primero el más lejano, probablemente la zona arqueológica de Ranas. Luego les platico como nos fue.
Unas 24 horas después
De lo más lejano a lo más cercano, esa fue la buena idea del día: enfilamos hacia San Joaquín, de acuerdo a una de las guías era un recorrido que nos llevaría 2:15 horas. Una hora después, nos encontramos con la desviación hacia San Joaquín, nos separaban sólo 35 kilómetros de nuestro destino, pasando el pueblo las ruinas más lejanas, las de Las Ranas unos tres kilómetros adelante. Estábamos maravillados de la agilidad de Fer al volante y nos congratulábamos de que hubiese sido ella la conductora designada del trayecto de ida, el regreso me tocaba a mi.
Claro que, como en la vida, en la carretera no debes cantar victoria antes de tiempo. Los 38 kilómetros que nos faltaban eran ya atravesando cerros en la Sierra Gorda y aunque la carretera estaba en buenas condiciones, comprendimos que ahí es donde uno se echaba la otra hora del trayecto: curva, tras curva, algunas indicadas en la carretera con la típica flecha curva hacia la izquierda o la derecha, otras con una como S y, de plano, otras más con una flecha en ángulo recto. El espectáculo visual bien valía la pena, la pena de Fer que iba al volante quiero decir, porque para Nuri y su servidor era bastante placentero... visibilidad total y unos cerros totalmente forrados de verde y un color café, como el que uno encontraría en el otoño de los árboles de maple en Canadá.
Llegando a San Joaquín, la idea era desayunar antes de ir a las primeras ruinas. Encontramos rápidamente un mapa de turismo a la entrada, con unos sitios de interés y lo más importante una lista de restaurantes. Dos de estos estaban a distancia visual y 50 metros de distancia del mapa en cuestión. Para este momento nos sentíamos turistas gringas en bikini diminuto con cuerpos exuberantes, por la forma en que todos los locatarios nos miraban. Por supuesto, debe tomarse en cuenta que el termómetro de la Cheyenne indicaba que estábamos a ocho grados y andábamos en shorts, camisetas y lentes oscuros.
Regresamos a la camioneta por pantalones y chamarras y avanzamos al primer restaurante. Entramos, estaban iniciando operaciones y al parecer los dueños /encargados estaban desayunando... Imagine Usted, amable lector, que éramos invisibles, los señores (una pareja de gordos y feos) ni siquiera nos voltearon a ver, no nos invitaron a pasar, no nos regalaron ni un “hola” o un “está cerrado”, nada. Así que les dijimos inútiles y nos fuimos al siguiente restaurante. El segundo lugar se llamaba Citlali y ahí dos señoras en la cocina y una joven se disputaron con garra el título a la más servicial y amable. La cosa fue más o menos así:
- Buenos días, ¿nos pueden ofrecer algo de desayunar? ¿Ya está abierto?
- Si, pásenle, por favor. ¿Qué quieren?
- ¿Qué tiene?
- Pues lo que quiera... ¿cómo qué quiere?
- Pues para empezar algo calientito...
- ¿Café?
- Si, ¡por favor!
- Pásenle, pásenle... ¿Y unos huevitos o una enchiladas típicas?
- Si, lo que le salga más rápido...
- No, pues lo que Usted quiera.
- Pues enchiladas, por favor.
- Mientras siéntense y aquí está su café y les dejamos estos pancitos...
Y si, cuando tengo frío tiendo a hablar con diminutivos, lo siento.
Una canasta de pan de dulce, fresco y rico, acompañó nuestro café de la olla (medio de la olla, pues no estaba endulzado con piloncillo), unos minutos después arribaron las enchiladas que estaban un picosas, pero con los frijoles negros, refritos y deliciosos, que les acompañaban resultaron el desayuno perfecto.
Ya enfundados en pantalones, con chamarras y un desayuno para aguantar dos días, nos trepamos a la camioneta y avanzamos el resto del pueblo y tres kilómetros más de curvas hasta Las Ranas.
Las Ranas, los Herrera y Toluquilla
Porqué se llaman Las Ranas, no tenemos idea, eso no lo explican en ningún lugar. Toluquilla, sin embargo, es porque el cerro está medio jorobado y así es como se dice cerro jorobado en una lengua prehispánica que ya olvidé cuál es. No es tan importante el nombre, lo que es interesante es que ambos sitios están “bien” conservados, aunque no del todo explorados y explicados: no se sabe qué culturas habitaron ahí, en uno se encontraron tres y en el otro cuatro juegos de pelota y eran importantes, pues alrededor de ellos giran el resto de las construcciones.
Las construcciones, por cierto, modelan y acompañan a los cerros que los sostienen o, mejor dicho, que los contienen. Ofrecían vistas privilegiadas de todas las cañadas y puntos de entrada y salida a las respectivas zonas y se pueden apreciar más de cien edificios en cada sitio. Aunque por si mismas las pirámides y edificios principales en Las Ranas y Toluquilla no son enormes, como las pirámides de Teotihuacán o Chichen Itza, al entender estas pirámides como extensiones de los montes y apreciar la vista, lucen majestuosas e imponentes.
No son el típico sitio turístico, llegué a esa conclusión cuando noté que éramos los únicos visitando las ruinas y que a lo largo de los últimos tres días (incluidos un sábado y domingo) no más de una docena de personas aparecían en los registros de visita de cada sitio. $31 el costo de acceso y el personal del INAH muy amable.
Toluquilla está más hacia acá, donde acá significa Querétaro (D.F.), ya no está en San Joaquín, sino al norte del municipio de Cadereyta. Así que antes de ir a Toluquilla, pasamos por las grutas Los Herrera, que si están a unos cuantos metros afuera de San Joaquín.
Las grutas de Los Herrera ofrecen un recorrido impresionante, pero breve, en 30 minutos puedes recorrer la parte pública de la gruta, que tiene una infraestructura que facilita el acceso: escaleras, iluminación artificial, pasa manos e incluso viene con unos guías “voluntarios” que te platican de la gruta y te piden entre 200 y 300 pesos. Por cierto, si se los das, sería el trabajo mejor pagado en la historia de la humanidad, pues no hacen nada y se la pasan iluminando un montón de rocas y formaciones en la gruta y explicando “lo que parecen”: desde un gallina, hasta un cocodrilo, pasando por un león chimuelo, un rey y, prepárese, el imperio romano. ¿Profundidad, antigüedad, tipos de sedimentos o cualquier otro detalle realmente interesante acerca de las grutas? No, esos no te los manejan.
La parte turística de las grutas Los Herrera te llevan unos 50 metros bajo tierra en unas construcciones caprichosas muy impresionantes. Si ya llegaron hasta San Joaquín, vale la pena verlas.
Si lo tuyo es la espeleología, tienes equipo y sabes lo que haces, estas son las grutas para ti. La parte no turística de la gruta tiene una distancia de 1.2 Km y 300 metros de profundidad, pero sólo es accesible con permiso y para profesionales. O eso nos dijeron.
Cactáceas en la Quinta Schmoll
Continuamos el descenso, 45 minutos para bajar del cerro y unos 30 minutos más de regreso en la carretera 120, San Juan del Río - Xilitla, en dirección San Juan. Antes de salir del municipio de Cadereyta encontramos las señales para llegar a la Quinta Schmoll y el Jardín Botánico Regional, sólo visitamos el primero, donde preservan y cultivan cientos de cactáceas procedentes de los continentes americano y africano.
La visita es interesante, breve y, al igual que las grutas, si ya estás en la zona, definitivamente vale la pena. Las personas que te muestran el invernadero y explican de las cactáceas y suculentas, además de amables, se nota que conocen su negocio y que están comprometidos con el desarrollo y conservación de las especies que mantienen.
No hay mucho más que hacer por aquí, nos recomendaron una fonda, en la que obtuvimos comida corrida de relativa buena calidad y sabor.
Regresamos a Tequisquiapan con un grato sabor de boca, algo agotados, así que descansamos un rato y en la noche fuimos a cenar al centro de Tequis, en el único restaurante recomendado por la Lonely Planet México, el K-puccinos, pero en opinión de su humilde servidor, hay una gran cantidad de lugares mejores para comer, sin restarle puntos al K que no está mal, incluidos algunos de los que son obvias trampas para turistas.
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